De romería

El 1 de mayo estuvimos en las montañas para ver la procesión y la fiesta. La parte religiosa no tenía nada especial- una una imagen de María que era llevada por todas partes-, pero la vista de todo el conjunto fue sumamente singular. Imagínese, madre, dos altas montañas y entre ellas, encajonado, como si hubiese reventado entre las montañas, corre en el fondo un río. Enfrente, contra el cielo de la tarde, se perfila Toledo, extraordinariamente decorativa, sombría, con altas murallas y torres; y hasta donde alcanza la vista ni un árbol, apenas un arbusto, porque las pequeñas zonas de cultivo de Toledo, cerca de la fábrica de armamento, están ocultas tras las casas.
La gente, que atestaba el barranco, parecía divertirse, aunque no hemos entendido el porqué. Su proverbial sobriedad se manifestó también aquí. Aunque se vendía vino en los puestos, la mayor parte bebía solamente agua, pero esta también en abundancia. Es asombroso cómo los españoles pueden tragar grandes cantidades de agua sin sentirse mal.

Albert Edelfelt  Cartas del viaje por España (1881)





En el corazón

Toledo en mi corazón
y en mi soledad tus ojos
¿Memoria de qué, mi amor?

¿Memoria de qué batalla,
ganada en qué dura almena
levantada en qué mañana?

Madrugador el castillo,
dormido el río en la Vega
y tu soñando conmigo.

Para decirte, mi amor,
donde empiezan mis caminos,
a Toledo he de volver
con tus ojos por testigo.

José García Nieto  Canción de amor desde lejos (del libro Toledo) 1945



La realidad sobrepasa

Yo no puedo tampoco representarle cómo es esta ciudad que se yergue sobre una de las puras e indominables montañas. Pero como usted ha visto en el Laokoonte, a él me puedo remitir, pues la identidad es completa. A veces, a la caída de la tarde, paso al otro lado, en dirección a las rocas y a las ruinas de montaña, con sólo el profundo y estrecho tajo del río entre mí y la ciudad iluminada como un resucitado (como el Lázaro que resucita en el cuadro de Rembrandt), al otro lado donde el paisaje irrumpe de pronto y es como un león, por doquiera como un león delante de cada una de las puertas de la ciudad... voy, pues, hasta allí paseando, a donde podrían ir los profetas, y por un momento aparto los ojos de la vista que se ofrece ante mi, los cierro y me digo: así quiero ahora representarme interiormente lo visto, y realmente me lo represento en forma indescriptible, pero cuando los abro y dirijo la mirada de nuevo hacia allí, entonces la realidad me sobrepasa de tal modo que desespero poder llevarla jamás en mí como imagen equivalente.

Rainer María Rilke  Carta a Sidonia Nádherny, (desde Toledo)  26 noviembre 1912


Altiva ciudad

Me dirigí a la "altiva ciudad sobre la colina", a la capital de los reyes godos y después residencia del emperador Carlos V. Desde lejos escudriñaba yo las majestuosas rocas del augusto Toledo, que los poetas españoles llaman "monumental", donde las casas, a falta de espacio, son torres, y las calles, por su angostura, parecían senderos de gusanos en la madera. Pero aún no se divisaba. Caminaba yo a lo largo del Tajo, poniendo atención a las leyendas e historias que, en idioma desconocido para mi, me contaba el río. Sólo tenía clara una cosa: el Tajo no había olvidado a los godos ni a los árabes y, quejándose por el abandono actual reinante, lloraba porque los años felices del lejano pasado habían dejado sus huellas sólo en la piedra y el bronce de sus construcciones. 

Vasili Ivanovich Nemirovich-Danchenko Crónicas de España. De mis recuerdos de viaje  1888












El Tajo de los poetas


¡Ese es el Tajo de Garcilaso, un río verdadero que, alborozado, extiende sus aguas como cinta de plata por las vegas toledanas. Ese es el Tajo de los poetas, de los recuerdos, de las ilusiones, de las grandezas!
Allí se ven los sotos abundosos, las huertas fértiles, los bosques poblados y ricos.
Muestran sus orillas los vergeles donde tejieron sus nidos de amor desde el romano al árabe, desde el godo al cristiano viejo. De las praderas y frondas salen aromas, cantos, trinos, arte, poesía, mágicos recuerdos…

José Ibáñez Marín  Recuerdos de Toledo  1893



Noche serena


Regocijada estaba la Emperatriz de Europa —Roma segunda y corazón de España—, de que en competencia del cielo, cuyas benévolas influencias goza, una noche serena y apacible, guardajoyas de sus diez recámaras, hubiese sacado a vistas, más ostentativa que otras, el lucido aparador de sus estrellas, cuya claridad participada hacía las veces del sol; pues, como virreinas suyas, sustituyen en su ausencia. No las echara menos Toledo, aunque otras veces se atreviera la oscuridad (sumiller de sus cortinas) a echar las ordinarias de sus nubes; pues, en su emulación, esta noche había coronado sus altas torres, elevados capiteles, antiguos muros, ventanas y claraboyas, con lo más lucido del cuarto elemento que, cebado en el blanco artificio de las abejas, por verse tan alto señorear de la sagrada Vega, creyó estar en su natural centro.

Tirso de Molina  Cigarrales de Toledo 1621


Selvas de amores


Con menos difícil paso
y remotos horizontes,
hoy tiene el Tajo en sus montes
las deidades del Parnaso.
La lira de Garcilaso
junto a su cristal luciente
halló de un laurel pendiente
Tirso, y esta letra escrita:
"Fénix, en ti resucita,
canta, y corona tu frente".
Digno fue de su decoro
el ingenio celestial
que canta con plectro igual
tan grave, dulce y sonoro.
Ya con sus arenas de oro
compiten lirios y flores,
para guirnaldas mayores
a quien, con milagros tales,
los ásperos Cigarrales
convierte en selvas de amores.

Lope de Vega (1562-1635)

Cascada de diamantes

El sol se había puesto. No era de día y, sin embargo, tampoco de noche. La luna había salido y su pálida claridad se mezclaba con la luz incierta del crepúsculo. Bajé hasta el puente de Alcántara. Me apoyé en el pretil y contemplé durante un rato largo, con deleite inefable, el maravilloso panorama que se desarrollaba a mi alrededor.
Por debajo de mi, el Tajo se precipitaba rápido, rugiendo a través del unico arco del puente y rompiendo en espuma brillante, contra las enormes rocas, su larga cascada de diamantes. Luego, a través de los arcos superpuestos de un acueducto en ruinas, lo vi sumergirse y perderse más entre dos altas montañas que lo reciben en su caída y a cuyos pies, sobre un lecho angosto y profundo, parece arrastrarse como una serpiente.


ANTOINE FONTANEY    Recuerdos de España. Una tarde en Toledo   (1831)