Cascada de diamantes

El sol se había puesto. No era de día y, sin embargo, tampoco de noche. La luna había salido y su pálida claridad se mezclaba con la luz incierta del crepúsculo. Bajé hasta el puente de Alcántara. Me apoyé en el pretil y contemplé durante un rato largo, con deleite inefable, el maravilloso panorama que se desarrollaba a mi alrededor.
Por debajo de mi, el Tajo se precipitaba rápido, rugiendo a través del unico arco del puente y rompiendo en espuma brillante, contra las enormes rocas, su larga cascada de diamantes. Luego, a través de los arcos superpuestos de un acueducto en ruinas, lo vi sumergirse y perderse más entre dos altas montañas que lo reciben en su caída y a cuyos pies, sobre un lecho angosto y profundo, parece arrastrarse como una serpiente.


ANTOINE FONTANEY    Recuerdos de España. Una tarde en Toledo   (1831)



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