Vigorosa Semana Santa


La Semana Santa presenta en Toledo uno de estos cortos instantes en que la antigua sultana de Castilla, embellecida con los reflejos de la divina luz, recobra animación y vigorosa vida. La fama de las ceremonias con que recuerda en esta tristísima semana la divina epopeya del calvario, remóntase a muy lejana época, y aunque en ellas pueda encontrar también el viajero observador con marcadas señales su decadente grandeza; todavía sin embargo osténtase imponente, majestuosa, grande, por más que en alguna de las costumbres de estos días pudieran irse introduciendo acertadas modificaciones, aun a riesgo de que perdiesen su tradicional recuerdo.

J. de Dios de la Rada y Delgado  Semana Santa en Toledo. Publicado en “El Museo Universal” 9 abril 1865






Castillo de San Servando (III)

Don Alfonso hacia Toledo quería volverse ya;
pero el Cid aquella noche no quiso el Tajo pasar.
«Merced os pido, señor, a quien Dios libre de mal,
entrad vos, rey don Alfonso, en Toledo, la ciudad,
en San Servando me quiero yo con los míos quedar,
que muchas de mis compañas esta noche llegarán.
La noche la velaré rezando en este lugar
y mañana al ser de día entraré en esa ciudad
y antes de comer el Cid ante la corte estará».
Le contesta don Alfonso: «Pláceme de voluntad».
El rey de Castilla entonces en Toledo se fue a entrar
y el Cid en aquel castillo de San Servando se está.


CANTAR DE MÍO CID  (1207)







Catedral (V)


¡La catedral de Toledo! Figuraos un bosque de gigantes palmeras de granito que, al entrelazar sus ramas, forman una bóveda colosal y magnífica, bajo la que se guarece y vive, con la vida que le ha prestado el genio, toda una creación de seres imaginarios y reales.
Figuraos un caos incomprensible de sombras y luz, en donde se mezclan y confunden con las tinieblas de las naves los rayos de colores de las ojivas; donde lucha y se pierde con la oscuridad del santuario el fulgor de las lámparas.
Figuraos un mundo de piedra, inmenso como el espíritu de nuestra religión, sombrío como sus tradiciones, enigmático como sus parábolas, y todavía no tendréis una idea remota de ese eterno monumento del entusiasmo y la fe de nuestros mayores, sobre el que los siglos han derramado a porfía el tesoro de sus creencias, de su inspiración y de sus artes.

Gustavo Adolfo Bécquer  La ajorca de oro 1861









El alma ante los ojos


La peñascosa pesadumbre estable
ni se derrumba ni se precipita,
y dando a tanta sigla eterna cita
yergue con altivez hisopo y sable.
¡Toledo!
Al amparo del nombre y su gran ruedo
-Toledo «quiero y puedo»-
convive en esa cima tanto estilo
de piedra con la luz arrebatada
Está allí Theotocópulos cretense,
de sus visiones lúcido amanuense,
que a toda la ciudad prescrita en vilo,
toda tensión de espada
flamígera, relámpago muy largo:
alumbra, no da miedo.
¡Toledo!
A mí mismo me excedo
Sin lujo de recargo.
Filo de algún fulgor que fue una hoguera,
siempre visible fibra,
zigzag candente para que no muera
la pasión de un Toledo que revibra
todo infuso en azules, ocres, rojos:
El alma ante los ojos.

Jorge Guillén (1893-1984) El Greco





Urna de variadas razas


Llevo en Toledo tres semanas y no experimento cansancio, ni siento la sed de paisajes nuevos. Este pueblo me atrae, a pesar de su cara de quintañona vieja y agria. Los turistas pasan por su piel de piedra sin conocerla. Ven parte del manto; pero no viven la vida de la ciudad. No oyen su respiración. No sienten el íntimo misterio de su carne desgarrada. No llegan al altar de sus entrañas para sorprender su concepción, estéril hoy, mañana acaso fecunda.
Esta urna de variadas razas, sólo puede conocerse paseando constantemente por su corteza. Hay que saborear despacio, penetrando diariamente en sus más ocultos rincones. Hay que recorrer sus calles silenciosas, descifrar el enigma de sus ruinas, romper con los ojos la escondida virginidad de sus olvidadas galas, penetrar en estas casitas silenciosas, que al recibir el beso de la lluvia semejan llorar con empolvadas lágrimas, su eterno abandono.

Félix Urabayen Toledo: Piedad 1920

La última foto (o casi)



No es más que una foto curiosa. Un caprichoso efecto visual de la hermosa torre de la Catedral ensartada en la anodina fachada del Seminario Menor. La imagen quizá nunca hubiera merecido figurar en este blog, y sin embargo, ocupa hoy lugar destacado por el dudoso honor de haber sido la última realizada por mi antes de sufrir, pocos segundos después, una tremenda caída, por uno de los rodaderos del Valle, que se ha saldado con una compleja operación, 23 días de hospital y un proceso de recuperación que se prevé largo y costoso. Lo mínimo considerando la caída libre desde unos diez metros de altura, a través de un terreno abrupto y de fuerte pendiente que por fortuna contribuyeron a frenar las ramas de unos arbolillos o arbustos cuyas puntas se dejan ver a ambos lados de la foto, acaso como signo premonitorio.  
Este incidente ha impedido la continuidad regular del blog que a partir de ahora volverá a la normalidad. Muchas gracias a cuantos, enterados del accidente, me habéis hecho llegar vuestras palabras de ánimo en estos difíciles días y a todos los que continuáis asomándoos a este balcón para mirar Toledo.