Nada puedes, Tiempo

Es inútil.
La piedra sigue en pie.
La piedra que se fuga hacia lo alto.
Vanamente los siglos se enardecen
sobre el orgullo de una altiva torre
a la que nada importa.
En vano arañan, muerden, roen. Nada
pueden contra su pecho endurecido
o su frente lunar, tras la que velan
leyendas y recuerdos.

Su nombre es soledad y reciedumbre.

(A sus plantas un río hace memoria
de desdeñosas ninfas y pastores
mientras el aire en los follajes canta
con la melancolía de las églogas).

No, nada puedes, Tiempo.
Sigue imantando la ciudad el mismo
cielo que contemplaron unos ojos
alucinados, místicos, dolientes.
Y está el inquisidor. Triunfa en su oficio
el ángel ciego de la intolerancia.

Pegadas a los muros cruzan sombras;
un árabe camina hacia el recinto
de las sapientes, lánguidas delicias.
Pasa un judío de ojos cautelosos.
Un caballero se arrodilla ahora
ante la muerte, con la mano al pecho.

Tiempo, todo es inútil.
Con catedral de lágrimas, callejas,
mansiones y sepulcros y murallas,
con escudos labrados y aldabones,
toda piedra en pie, Toledo sube,
se desprende del mundo, el cielo gana,
y en un pavor de eternidad se arroja
hacia arriba, más alto.


Antonio Requeni. Toledo (1930)


¡Por cuánto tiempo...!

Por la noche me fui de Toledo con el pesar de no haber tenido tiempo de ver y de volver a ver todo lo que hay de antiguo y de admirable; pesar mitigado, sin embargo, por el ardentísimo deseo de conocer Andalucía, que no me dejaba un momento de paz. ¡Pero por cuánto tiempo tuve a Toledo delante de los ojos! ¡Por cuánto tiempo vi y soñé con aquellas escarpadas rocas, con aquellas enormes murallas, con aquellas tétricas calles, con aquel fantástico aspecto de ciudad medieval! Y, aún hoy, recreo a menudo su imagen con una especie de triste placer y de austera melancolía y tal imagen me hace divagar con mil extraños pensamientos de tiempos remotos y de aventuras maravillosas.

Edmundo de Amicis. España (1872)


Un sueño acariciado

Yo he de volver a España, si Dios quiere. Es un sueño acariciado, que pienso convertir en realidad.
Tengo que volver a Toledo, a aquella ciudadela de trazas únicas, que tan increíblemente caracteriza el genio del país. Tengo que pasar de nuevo por sus fantásticos puentes y sumergirme en el silencio de su catedral titánica, y recorrer sus calles angostas y asomarme a la casa del Greco…

S.M. María de Sajonia, reina de Rumanía. Artículo en ABC (1928)