En el camino de la leyenda

Y ya en el camino de la leyenda, me faltaba ver el sitio por donde se pasearon el Rey D. Rodrigo y la célebre Cava, personajes que obsesionaban mi imaginación, merecedores, por su liviandad, de que el venerable Tajo sacase el pecho fuera y les hablase como dice el dulce y sublime poeta que les habló.
Perdido por las callejuelas de Toledo iba yo, cuando me tropecé con un ciudadano, a quien le  pregunté cómo me orientaría para contemplar, aunque fuese desde lejos, el sitio por donde discurrían el Rey godo y la hija del Conde traidor.
Dando mil rodeos, me condujo a un punto eminente, desde el cual descubríase un precioso paisaje, y me dijo:
-¿Ve usted aquel pradillo? Pues por él se paseaba el Rey bribón que perdió a España y la mala hembra que le cautivó con sus hechizos y por eso un cura famoso escribió unos versos que empezaban:
"Golfaba el Rey Rodrigo..."
- No siga usted. Conozco de memoria la poesía del cura -le interrumpí dándole una peseta de propina y volviéndole la espalda, no sin pensar cómo golfarían el Rey D. Rodrigo y la fermosa Cava.
A las pocas horas abandoné Toledo con el propósito de una nueva visita, y sintiéndome como debe sentirse todo buen español que quiera inspirarse en el recuerdo de las pasadas grandezas de su patria.

Joaquín D. Rickard. Correrías por España. Fragmentos de las impresiones de un hispanófilo (1922)














Poéticamente conmovido

Había visto suficientemente la ciudad. Al otro lado del puente de Alcántara paseo hasta los alrededores de la estación, contemplando con placer la vida animada; y sobre todo siempre noblemente española, en las tabernas y los mesones de arrieros situados a lo largo de la carretera; hombres, mujeres, niños, se entretienen de la manera más apacible a la vez que cordial; un punto de disonancia, la tosquedad que enturbia esa amable escena popular. Pronto un espectáculo de otro género absorbe mis sentidos, todos los pensamientos: la puesta de sol ilumina, como el sol de Dios sólo sabe iluminar, la antigua ciudad real, que se yergue ante nosotros, exhibiendo toda su majestad, toda la belleza de este conjunto de torres, de castillos en ruinas. Los efectos de la luz, si terribles a las horas plenas del día, han pasado; la paz y la calma reinan sobre la ciudad y el campo, sobre las montañas y en la llanura. Todos los hombres, arrieros, muleros, incluso los niños, sienten la grandeza de esta escena; más de una de estas mujeres españoles dirigiría en una callada plegaria su mirada inteligente y serena hacia el lejano occidente de donde el tinte rojizo se expande sobre un paisaje extenso y severo. Estoy poéticamente conmovido. Acabo de pasar uno de los días más interesantes de mi viaje; día de gran fatiga, es verdad, pero lleno de gozos intelectuales que reaniman mi vigor. Estoy penetrado de reconocimiento, pensativo y sin embargo dichoso, el corazón satisfecho.

Reinhold Baumstark. Una excursión a España (1872)

 







Honda ciudad

El Toledo que desde aquí se divisa, sin ser único, ni mucho menos, pues su rostro ofrece infinitas facetas, es realmente castizo y clásico. Y se saborea cómo la ciudad, que parecía tan alta, es tan honda; honda cual una cisterna bíblica, resquebrajada a fuerza de grietas y simas. Será razonable consignar que estamos sobre la histórica Peña del Moro, pagana eminencia erguida como un índice perdido del cielo. Toledo, de chilaba y turbante blanco, duerme al otro lado del río, siempre bajo el amoriscado palio protector. Todo él es una aspiración metafísica hacia lo alto; pero ni las finas agujas afiligranadas, ni los barrios que a horcajadas unos de otros pretenden encaramarse al infinito, ni el soberbio empujón de la torre catedralicia, consiguen rebasar esta cumbre aromada de romances. Desde Santo Tomé al río, todas las torres son mudéjares y las paredes, encaladas, tienen una sucia pátina moruna. La civilización árabe fue la más alta y fecunda, con permiso de nuestros historiadores neos, y todavía el sueño mudéjar triunfa de la creyente Tolaitola.

Félix Urabayen. Quimeras nocturnas (artículo publicado en el diario El Sol) 1929