Pensamiento absorto

El sol descendía majestuosamente a su ocaso, reverberando en el ancho río sus áureos rayos. La campiña, cubierta de un verdor claro, alegraba el alma. Las cúpulas de San Juan de los Reyes se destacaban en el azul del cielo, y el cuerpo del edificio se veía entre las colinas cubiertas de árboles, que formaban como el fondo del cuadro. Me detuve a contemplar el exterior del tempo, y apenas pude apartar la vista del ábside hermosísimo de la Iglesia. Dos órdenes de arcos lo adornan, seis pilastras lo filigranan, pilastras que rematan en airosas agujas, que se levantan al cielo como la oración del creyente. El pensamiento se queda absorto al contemplar las cadenas de los cautivos, que redimió la próvida mano de la gran Isabel (...) Levantando los ojos se ven los brazos del crucero ostentando sus ojivales ventanas, que anchas y rasgadas y vecinas del cielo, parecen abrirse para recoger la más pura y más nueva luz de los astros. La cúpula que sobre el ábside se levanta, parece en sus mil recamados adornos la corona centelleante del edificio, que alzándose de la tierra como que toma todos los matices del cielo. ¡Qué hermoso conjunto! La crestería, toda recamada de piedras que parece espiritualizada por los adornos y próxima a doblarse al beso de las auras, como las copas de los árboles.

Emilio Castelar. Una tarde en San Juan de los Reyes en Toledo. Artículo en El Museo Universal. 15 de enero de 1858






 








Nada nuevo

No voy a descubrir Toledo, como aún lo pretenden muchos de aquende y allende los Pirineos: está tan a la mano, es tan fácil visitarla, recrearse con sus maravillas y prodigios, admirar sus monumentos más salientes, que sería ridículo intentar decir algo interesante y nuevo, después de tanto, de tanto y tan bueno como se ha escrito acerca de ella.

Rodrigo Amador de los Ríos. Curiosidades toledanas. Publicado en La España moderna. Enero 1912











Mina inagotable de sorpresas

Para el viajero, el arqueólogo y el artista, mina es Toledo inagotable de sorpresas y de encantos; y para el novelador y el poeta, fuente maravillosa, fecunda siempre, también inagotable (...)
¡Qué cosas dicen las callejas, los cobertizos, los recodos, las encrucijadas, las cuestas, las ruinas y los desmochados torreones de la sin par Toledo! ¡Qué de misterios guarda aún ocultos su viejo caserío, sus arruinados palacios, su tantas veces restaurado Alcázar, su Catedral incomparable, sus iglesias y sus conventos, donde tantas maravillas soñaron sus autores! ¡Qué de fantasías despiertan las artísticas portadas y las salientes laboreadas rejas de muchos de sus edificios particulares! ¡Qué de enseñanzas prodiga a quien acierta a ver en todo ello el proceso de las artes y de las industrias artísiticas toledanas en la era medioeval y en la del Renacimiento! ¡Cómo se agiganta, cómo sacude entonces el letargo morboso en que se supone sumida a Toledo, para proclamar, antes sus desvanecidos detractores, cuán grande fue, y cuán merecidas tiene su reputación y su fama universales, preconizadas tantas veces por españoles y por extranjeros!(...)
No voy a descubrir Toledo, como aún lo pretenden muchos de aquende y allende los Pirineos: está tan a la mano, es tan fácil visitarla, recrearse con sus maravillas y prodigios, admirar sus monumentos más salientes, que sería ridículo intentar decir algo interesante y nuevo, después de tanto, de tanto y tan bueno como se ha escrito acerca de ella.

Rodrigo Amador de los Ríos. Curiosidades toledanas. Publicado en La España moderna. Enero 1912