Mañana de Corpus

Mañana toledana de un jueves de Corpus (...) Detrás de la custodia monumental de la Catedral, que es una pequeña catedral de oro, marcha el Estado Mayor compuesto de oficiales disímbolos: altos, obesos, marciales, impasibles, luciendo condecoraciones. Todos van descubiertos, llevando en la siniestra la gorra de gala. Luego la Academia. Después los nobles con hábitos, con, para nosotros, indescifrables atributos; capas blancas, palios, ornamentos, caballeros de Santiago, órdenes religiosas de casacas moradas, túnicas, cordones, bordones con significado, adornos de los altares, camándulas, libros santos. Y los niños de vestiduras diversas. Y el pueblos sin más traje que la fe...
La custodia enorme lanza destellos cuando el sol quiere penetrar su secreto. Las calles están arboladas y en el suelo brincan arabescos de luz. Una madeja de armonías se acopla en sectores para ascender en canto. En las calles y en los balcones se prosternan; luego agitan pañuelos y arrojan flores; o baten palmas. Pasó Dios y ese desfile es pagano ya, aunque vaya presidiendo el Primado de España y su Cabildo, los Obispos y Monseñores, los curas de los pueblos distantes, los monaguillos con estandartes, incensarios y cirios erguidos.

Hernán Robleto. Color y Calor de España (1957)














 







Espectáculo extraordinario


Subiendo las escarpadas y resbaladizas pendientes del lado allá del río, contemplé Toledo, extendida ante mí, como petrificado ejército de gigantes conducido por el Alcázar.
Sin duda he contemplado mil exquisitos amaneceres, pero nunca vi espectáculo más extraordinario que el de esta mañana.
Hasta aquel momento sólo el ladrido raro de algún perro o el canto de algún gallo más raro aún, habían roto, haciéndola más intensa, la quietud silenciosa. Pero de pronto, tales sonidos se mezclaron con otros ciento en vasta confusión (…) Y fue como si Toledo despertase de mala gana, porque el bullicio de las gentes trabajadoras en derredor de aquellas murallas enmohecidas parecía extrañamente frívolo e inoportuno. Las campanas de muchas de sus iglesias empezaron a tintinear como voces que protestasen contra la profanación de su descanso; y escuchando yo la peregrina aunque discordante mezcla de sus sones, pensé en aquella hermosa escena de Tosca, cuando la luz madrugadora se alza sobre la Ciudad Eterna y la solemne música profetiza la muerte de Mario.
Leonard Williams. Castilla (1904)