Al palacio del sueño

Las calles, desiertas, estrechas y tortuosas, la ausencia casi absoluta de industria y de bienestar, responden mal a la idea que se forma uno de esa ciudad, que lleva el pomposo título de «Imperial» desde que Alfonso VI la arrebató a los moros; ciudad que disputa a Burgos la preeminencia en las Cortes del reino de Castilla, que ha sido considerada durante mucho tiempo como su capital y cuyos monumentos atestiguan su antiguo esplendor. Los vecinos de Toledo no reparan en gastos con tal de impedir la entrada de los rayos del sol en sus habitaciones y procurarse frescor hasta en lo más riguroso del verano. Si se les visita en la estación estival, se cree uno transportado al palacio del sueño. A las tres de la tarde para ellos es como si se hubiera puesto el sol: ventanas y celosías herméticamente cerradas, suelos humedecidos por frecuentes riegos, grandes lonas cubriendo los patios, todo contribuye a contrarrestar el ardor del clima y la hora del día.

J. F. Bourgoing. Nuevo viaje a España o descripción del estado actual de esa monarquía. (1783) 










 

Verano en la catedral

Además, me decía, Toledo es una ciudad eminentemente artística, pasa uno allí horas deliciosas admirando aquellos monumentos de tiempos que fueron, pero en la estación veraniega, a menos de resignarse a vivir en la Catedral, no tiene uno sitio donde pasar durante las calurosas horas del día.
Ya se me ocurrió la idea de vivir con alguno de los dependientes de aquel soberbio edificio y pasar de cuando en cuando las noches debajo de la campana monstruo, evocando recuerdos de otras edades o hilvanando alguna leyenda en que hubiese trasgos y duendes, fantasmas y aparecidos.
Los cuadros de Teniers me atraían hacia allí, y aquel corredor en que se hallan los gigantones y la tarasca y el Cid convertido en muñeco de colosales dimensiones; pero el claustro de San Juan de los Reyes, la Sinagoga y el Cristo de la Luz me ofrecían tantos encantos que no sabía si decidirme a optar por la permanencia en cualquier casa de la ciudad, o la residencia en la Catedral.
 
F. de Zulueta. Matar el tiempo. Artículo en El Museo Universal (8 febrero 1868)



 



 



 
   



Belleza gótica y perfección

Toledo es una bella y curiosa ciudad antigua, construida sobre siete colinas, como Roma. La entrada se realiza por un pintoresco puente sobre el Tajo que corre a través de una abertura entre las montañas de granito como un vigoroso río de salmones escocés, y rodea las murallas de la antigua ciudad con un cinturón. Tras pasar bajo un viejo arco moro de herradura un moderno camino en zigzag conduce por la empinada pendiente a la "plaza", de la que divergen una multitud de calles estrechas y tortuosas, como las que en Edimburgo se llaman "wynds", tan difíciles de caminar como las calles de Jerusalén. Sin embargo, después de un vano intento por continuar en el Arca de Noé de un ómnibus que los había llevado desde la estación hasta la colina empinada, y que rozó las paredes de las casas a cada lado de su anchura, nuestros viajeros se vieron obligados a enfrentarse a las resbaladizas piedras y continuar a pie. La posada es tan primitiva como todo lo demás en esta pintoresca ciudad antigua, donde todo parece haberse detenido en los últimos cinco siglos. Dejando sus capas en el único lugar disponible dignificado con el nombre de "Sala" y tragar con dificultad un poco de café muy desagradable, se dirigieron hacia la catedral, que se sitúa en el corazón de la ciudad, rodeada de conventos y colegios, y con el palacio arzobispal a la derecha. Es una maravilla de belleza gótica y perfección.

Lady Herbert. Impressions of Spain (1866)