En la catedral

En cuanto hube repostado en el hotel me eché a la calle, y como la curiosidad me llamaba hacia la Catedral famosa, en la Catedral entré, y después de haber visitado la de Sevilla y la de Burgos, voy a confesar —perdón por mi atrevimiento— que esta de Toledo no me produjo tanto efecto admirativo como la de la última ciudad citada. Es magnífica, soberbia, pero su robusta construcción le da cierta pesadez de que carecen las catedrales góticas que yo he visto. Hay en ella arquitectónica para todos los gustos: lo que resta del siglo XIII, la capilla de San Ildefonso del siglo XIV, la del Condestable (¡aquel D. Alvaro de Luna que murió en el cadalso y en la Catedral tiene enterramiento regio!) del siglo XV, el sepulcro del cardenal Mendoza, otra capilla plateresca, el transparente barroco, y luego una serie de capillas, cúpulas y techos de los siglos XII al XVI, impregnado todo de un estilo mezcla del arte cristiano y del árabe o morisco, todo digno de minucioso examen que al recorrerlo, como yo lo recorrí, semeja una cinta cinematográfica. Pero mi deseo era recibir la impresión instantánea, y ver si ésta correspondía a mis lecturas acerca de Toledo, y en este solo aspecto digo que Toledo me satisfizo por completo y no hallé desmedida la ponderación que me hicieron de su Catedral.

Joaquín D. Rikard. Correrías por España: fragmentos de las impresiones de un hispanófilo. (1922)









 

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