Alta torre, líquida espada

Toledo, roja llamarada
fundida en piedra pertinaz, 
alta torre, líquida espada, 
insepulto conde de Orgaz.

Carne de siglos calcinada,
insomne púrpura tenaz,
relámpago de la estocada,
atardecer lleno de paz.

En tu universo exacerbado
estoy de todo desligado
y desasido de existir,

como erizados de saetas,
tus místicos y tus ascetas
agonizaron por vivir.

Donaldo Bossa-Herazo. Sonetos españoles. Toledo (1976) 












Recóndito sortilegio

Más real que el Toledo real que tenía por fin ante mí me pareció el que había inventado durante el viaje. Pero no; no era yo quien se había equivocado de rumbo, sino ella: la población que, entregándose repentinamente a mi fiebre de cazador, perdía de un solo golpe su encanto fugaz de presa. Por eso no tenía ya que apuntar el ojo para dar en el blanco a cada momento, pues aquella página silenciosa -que los puentes distribuían en compactos párrafos interiores- era ya la crónica de Toledo, era ya Toledo.
Como Brujas, como Venecia, Toledo es una ciudad y es, igualmente, una "estación de sicoterapia". Su más recóndito sortilegio implica una gran lección. ¡Tantos siglos y tantos credos se han sucedido y entreverado sobre las rocas que la sostienen! Sinagogas y templos góticos, vías morunas y callejuelas. Los escudos de algunas familias de hidalgos devotos y belicosos pactan, sin saberlo, en el viejo muro, con los arabescos y las espiras de los artífices orientales.

Jaime Torres Bodet. Pausa en Toledo (1955)






 



Algo único e incomparable

Especialmente hay tres cosas inolvidables en Toledo: la belleza y la singularidad de la posición, la Catedral y El Greco.
No es suficiente evocar las ciudades roqueras de Saint-Michel, Uzerche, Luxembourg o Perugia, pues es tan escarpada la posición, tan hondo el desfiladero que ha cavado el Tajo por tres de los lados que rodean la ciudad y tan variado y notable el panorama, que resulta algo único e incomparable. El cielo con sus atardeceres de riquísima coloración y la estepa castellana de tierras rojizas, manchas verdes de los plantíos y las casitas de los Cigarrales, en un mundo que ha perdido la horizontalidad, son el universo propio que el cretense italianizado que fue en un tiempo Doménico Theoticópuli expresara genialmente en sus telas.

Carlos M. Rama. Itinerario español (1961) 









 

Montaña precipitante


Esa montaña que, precipitante,
ha tantos siglos que se viene abajo,
ese monte murado, ese turbante
de labor africana, a quien el Tajo
su blanca toca es, listada de oro,
ciñó las sienes de uno y otro moro.
Esa con majestad y señorío
corona imperial que, al cielo grata,
en las perlas comienza de este río,
y en la cruz de aquel templo se remata;
ese cerro gentil, al voto mío,
segundo Potosí fuera de plata,
si la plata no fuera fugitiva,
o alguna vena desatara arriba.
Ese obelisco de edificios claro,
que con tanto esplendor, con gloria tanta,
menospreciando mármoles de Paro,
sobre aquellos cristales se levanta,
urna es sagrada de artificio raro,
de una y otra ya ceniza santa
prendas de aquéllos, si no son abonos,
que fueron hijos, y ya son patronos.
Esa, pues, o turbante sea, o montaña,
segundo Potosí, imperial corona,
sacro obelisco de grandeza extraña,
Toledo es, claro honor de nuestra zona.

Góngora. Las firmezas de Isabela (1610)