Virgen del Valle

En las cumbres del Valle tiene su trono; la noche del 30 de abril vísperas del día de su fiesta, las puertas de su santurario se abren de par en par, y toda su fachada se encuentra iluminada por verdes y encarnadas bombillas que ofrecen un aspecto fantástico, y el augusto silencio de los campos es interrumpido por la música que, por el atrio de la ermita, esparce sus notas de grata melodía, ondeando al viento la bandera española; el cielo es muy azul, salpicado por el oro de millares de estrellas; la noche es espléndida; la luna todo lo envuelve con su dulce y suave claridad, reflejando sus destellos en las puras y cristalinas corrientes del Tajo, formando en su oleaje espumas de plata, cantando un himno de gloria y amor sus gratos murmullos; la brisa es dulce y vuave, y el ambiente saturado de delicados y fragantísimos aromas.
La Virgen del Valle, esa imagen tan poética y encantadora, acoge a los que llegan a postrarse a sus plantas augustas, y allí se admira y se adora su venerada efigie, obra de la inspiración divina, y ella parece que nos mira con miradas de inefable ternura, y sus labios, cual rojo y entreabierto capullo, culcemente nos sonríen, y sus divinos encantos nos dejan extasiados, y nuestra alma se conmueve de dulce sensación.

Joaquín Luque. La fiesta del Valle. Artículo en La Campana Gorda. 1 de mayo de 1914









Ola de sombras

En la posada descansé un momento. Salí en seguida a la calle. Había niebla, y el pueblo tomaba envuelto en ella unas proporciones gigantescas. Las calles subían y bajaban, no tenían algunas salidas. Era aquello un laberinto; la luz eléctrica, tímida de brillar en la mística ciudad, alumbraba debilmente, rodeada cada lámpara por un nimbo espectral. En las encrucijadas parecía que brillaban las sombras.
Con la cabeza llena de locuras y los ojos de visiones anduve (...)
Desde aquel momento ya no supe lo que veía: las paredes de las casas se alargaban, se achicaban, en los portones entraban y salían sombras, el viento cantaba, gemía, cuchicheaba. todas las locuras se habían desencadenado en las calles de Toledo. Dispuesto a luchar a brazo partido con aquella ola de sombras, de fantasías, de cosas extrañas que iban a tragarme, a devorarme, me apoyé en un muro y esperé. A lo lejos oí el rumor de un piano; salía de una de aquellas casas solariegas, presté atención, tocaban Loin dubal.

Pío Baroja. Domingo en Toledo (1912)





 




Poética visión

El viajero que llega a Toledo procedente de Madrid por carretera, no puede menos que detenerse a contemplar, embelesado, la magnífica puerta de Bisagra, obra del siglo XVI, sobre cuyo arco de entrada campea el escudo de Toledo, maravillosamente tallado en piedra, y sobre una especie de ático triangular el ángel que sobre el vértice se yergue retador con la espada desenvainada, amenazando a todos cuantos vengan a causar algún mal a la ciudad.

Una de las más poéticas visiones que puede soñarse es la que ofrece ese ángel de piedra en una noche en que la luna llena ilumine fantásticamente a la sultana del Tajo. Entonces se destaca la cabeza del hermoso efebo alado sobre el disco de la luna, como nimbo de plata, dándole un aspecto sobrenatural.

Ismael del Pan. Folklore toledano (1932)