El Cristo tendido de la catedral


Con este nombre es conocido vulgarmente el altar que, dentro de un arcosolio, existe en el lado del Evangelio del trascoro del templo primado (...) El asunto que representa el retrablo es el del descendimiento del cadáver de Nuestro Señor Jesucristo, desde la Cruz al regazo de su Divina y Dolorida Madre. Terrible escena perfectamente expresada por el escultor, en la actitud y expresión de los personajes que en ella figuraron.
Tanto el retablo como las esculturas son de madera policromada, no de piedra, como algunos creen, y no de alto relieve, como dice Parro y otros autores que le han seguido, sino esculturas completas, talladas independientemente y acopladas entre sí con gran precisión, y colgadas, o mejor dicho, unidas o enganchadas a la tabla del fondo por medio de escarpias en ésta y anillas en los cuellos y espaldas de las figuras; en tal disposición, que se pueden desprender todas y deshacer el grupo. Solamente están invariablemente unidas las imágenes del Señor y de la Virgen; lo que hace suponer que el escultor labró primero estas dos figuras principales del asunto, y luego, las auxiliares, con gran habilidad para que encajaran unas en otras; lo que hace avalorar mucho más el mérito de la obra. Este es un detalle en el que creo que pocos se habrán fijado.
Por la talla de las esculturas, el plegado de los paños y la actitud algo hierática de las figuras, así como la orla del retablo y la reja que es de la misma época, puede colegirse que es obra de transición entre el estilo plateresco y el Renacimiento, y por lo tanto, de fines del siglo XV o principios del XVI.

Manuel Castaños y Montijano. El Cristo tendido de la Catedral. Artículo en El Castellano. 6 de julio de 1924.











Roca de fe y de raza

Roca de fe y de raza. Y en su ofrenda
desplegaba mi tienda,
en el castillo -como el Cid- velando.
Vigilaban las torres de alegría.
Vela de mediodía.
Eran las doce en punto en San Servando.
Y me volví a mirar las torres claras,
lámparas y almenas,
alto ajedrez de heráldica y denuedo.
Qué cuerpos de sonora arquitectura,
bajo la luz tan pura,
pirámides y cubos de Toledo.

Gerardo Diego. Elegía heroica del Alcázar (1945)






 



 




Sobre la recia montaña

Me aventuro en un caos de peñascos por donde trepan los famosos cigarrales, humildes vergeles comparables a las bastidas de Marsella. Son alrededor de doscientos, cercados con ásperas piedras y con una casita en el centro y un poco de follaje devorado por el polvo. Un débil aroma exhalan esta tarde las retamas. A lo largo de las pendientes pedregosas, que llaman aquí rodaderos, me encamino a la Virgen del Valle, pequeña ermita que se levanta en la orilla izquierda frente a la ciudad.
Desde la ermita se abarca de una mirada la vasta roca que sostiene a Toledo y que contiene al Tajo. La Imperial Ciudad se recoge sobre la recia montaña, se apodera de todos sus salientes y cubre su altura por completo... Los escombros de sus palacios resbalan al Tajo generosamente, y dejan en la cumbre a Toledo, en una posición soberbia de orgullosa en desgracia.
¿Cómo aprisionar los grandes movimientos monocromos de esta tierra violácea y ocrosa? Sería preciso marcar su color y sus curvas y, además, hacer también sensibles aquellas partes nutridas y densas en las que ningún edificio es notable, pero que precisamente tiene la belleza de los grandes espacios llenos en arquitectura.

Maurice Barres. El Greco o el secreto de Toledo (1912)