Sombra, luz, dulces palabras

Mil y mil veces anduve, solo o en compañía, por unos y otros parajes; al día siguiente me enteraban de todos los pasos que había dado y aún solían inventar, por añadidura, algún mal paso. Yo no había visto a nadie y en un minuto de aproximación, me decían la hora de mi entrada y salida a cualquier casa que hubiera visitado. Y no se crea fácil, porque hay en Toledo una hora en que el cielo está como plateado y las calles envueltas en sombra, y sólo se rompe el augusto silencio por el grito estridente del gallo o el tañer de timbre chillón de la campaña de algún convento. Media hora después ya todo variaba; descendía la luz y comenzaba el ruido, los arrieros, con recoveros, los cazadores, sacristanes y monagos, los portones de las casas que se abren. ¡Quién fuera aquel que no envidiaba al Conde de Almaviva y conocía en Toledo las rejas por donde trepan jazmines, y donde hay macetas de claveles, y nardos, y rosas, y ojos negros, y dulces palabras que nos hacen amar la vida!

Gustavo Morales. Toledo, Añoranzas (1918)


















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